Burgos, un verano, dos abuelos y yo... Saturnino

 

Como olvidar aquellos veranos en Burgos con mis abuelos.

Ella, de carácter fuerte, seria, exigente, apasionada, a veces gruñona, pero muy educada, con un corazón enorme y la mejor haciendo morcillas.

Él, todo lo contrario, alegre, ingenioso, fanfarrón, extravagante, atolondrado, burlón y el mejor contando historias.

Un día de esos en los que apretaba el calor con casi 40º de temperatura y solo un ventilador de pie del año de la pera dando vueltas a todo dar que si te descuidabas en cualquier momento el aspa salía volando— el abuelo me contaba una batallita de su juventud, mientras nos comíamos un sorbete de sandía, decía qué una vez había salido de fiesta con sus amigos y ya de vuelta a casa solo y bien entrada la madrugada, con unas cuantas copas de más encima, caminando rápido porque la doña le había dado permiso hasta las 22:00h, entre zigzagueo y zigzagueo se le había aparecido un duende verde en mitad del camino y que le susurraba al oído… de esta noche no pasaras, se asusto tanto que aceleró el paso y se puso a rezar a la vez que se repetía a sí mismo que no lo volvería a hacer. En ese momento cuando esperaba el final de la historia y lo más importante saber que había pasado con el duendecillo que hacia de las suyas en su cabeza la abuela vino desde la cocina, se puso detrás de él con mucho sigilo escuchando atentamente y al mismo tiempo me ponía caras de asombro e incredulidad  sin que el abuelo se diera cuenta, harta de escucharle, no aguanto más, le interrumpió, le miró con el ceño fruncido y le dijo...

¡tienes más cuento que Calleja!



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